viernes, 7 de marzo de 2008

Tierras extrañas

* texto escrito antes de conocer India

Pude ver una foto en blanco y negro, mi vista se contagió de grises. Algo misterioso encontraba en ese sitio, era un desborde de caras, casi demencial. Jamás me hubiera imaginado esa cantidad desmesurada de gente que caminaba abstraída y veloz, en cualquier dirección. Cada uno emitía un ruido, un sonido, un grito, en pos de vender una prenda, una comida, de tocar un bocinazo, de cantar.
Había mucha tierra, mucho marrón. Mucha seda volando al viento. Mucho calor.
Me resultó raro que era una locura generalizada que convivía en armonía. Como aquellos cuentos fantásticos que terminan siendo creíbles, verosímiles, por que dentro de su lógica increíble se halla un sentido. Lo mismo pasaba con este gran lugar. Estaba viendo cosas nuevas, cosas que no pertenecían a mi historia personal, que nunca me hubiera imaginado, o si, pero no de este modo. Y solo me resultaba creíble por que lo estaba viendo. No es que fuera alguien con tendencias escépticas, pero había que estar ahí para creer lo que estaba viendo.
Estaba esperando en la parada del bus, esperé media hora más o menos, y no se si era un efecto alucinatorio, por la sobredosis poblacional, o si realmente cada vez me parecía ver mas gente. Miradas infinitas, cada una merecedora de una fotografía. Por momentos parecían todas dirigirse a mí. Mi dulce paranoia me hizo reflexionar que lo raro de ese lugar era yo, la locura pertenecía a mí. Al fin y al cabo yo era el que llevaba las ropas raras, una mochila llena de cosas de otro universo, mis rasgos distintos (o no tanto). Yo fui el que percibió la locura generalizada, pero después de estar 30 minutos esperando el bus ya estaba empezando a cambiar de opinión. Todo era normal, solo que distinto. Se vivía de otra forma, nada más. Y era de lo más encantador. Siempre me llamó la atención lo nuevo, la pugna por lo 'no rutinario'. Y esto era mi pico máximo. Y a pesar de que yo sabía que tenía una búsqueda en contra de lo monótono, en contra de lo rutinario, procurando lo nuevo, también sabía y estaba seguro de que mi búsqueda se había transformado en rutina hacia unos años. Que contradictorio era, pero ya lo había aceptado. Uno no puede negar sus conductas, no manejamos con ciertas acciones repetitivas todos los días, hay algo en nuestra estructura que nos lleva a los mismos finales, a los mismos actos y algo realmente difícil de cambiar, pero que no es imposible.
Dejé reflexionar, de un movimiento hice recaer el peso del cuerpo en la otra pierna. Estaba podrido de estar parado. Volví a meterme en este nuevo mundo. EL bus no llegaba más y no podía dejar de disfrutar mi cansancio, todo el humo de los demás camiones se fue metiendo poco a poco en mi piel, formando una sustancia horrible de sudor y contaminación humana. Me sentía pegajoso, tenia ganas de escupir, pero realmente no había espacio para eso. Miré al derredor, y al lado tenia una vieja, de rasgos chinos o de esa zona –no se-, más bien tibetana. Los ojos los tenía diagonalmente hacia abajo. De manera que su rostro tenia físicamente la incapacidad de demostrar enojo a través de una expresión. Menuda virtud rescaté desde un flash. Guardé la cámara rápido. Pasó a altas velocidades un 'rickshaw' frente a mis narices, un triciclo con una cabina atrás. Sin más rodeos, era un taxi, distinto pero con la misma función. Y a pesar de que todo parecía en desorden creí que estaba en un buen lugar para ser uno de los primeros en subir al transporte, ya que era uno de los más cercanos al palo que retenía un cartel que decía: Bus. Pero esto no era la cola de un restorante de comidas rapidas, basicamente aca no existía hacer cola.
Que incrédulo fui.
Cuando llegó el bus me cargue la mochila al hombro, y cuando terminé de hacerlo; se me imantó la impaciencia, la desesperación, la desilusión. El puto bus estaba repleto en una fracción de segundo. Esto no era ni una porción de lo que se vive en Argentina. El Sarmiento era un nene de pecho al lado de este pedazo de chapa con ruedas. No solo por el trayecto sino por la cantidad de gente. – (que viajan en los techos) y hace trayectos de días.
Tomé la dedición de esperar el siguiente bus, para esa ocasión ya sabría un poco más de como moverme. Activé mi astucia latinoamericana que tenia en desuso por mi largo paso por Europa. Además no tenía otra opción, tenia que llegar a la otra ciudad.
Oscureció con la misma rapidez que con la que se llenó el colectivo, las cosas iban pasándome sin darme cuenta ya hacía unos meses, pero este lugar era potencialmente más rápido. Debía ser por la cantidad y calidad de cosas en las que me detenía a analizar, a reconocer, a estudiar. Tantas cosas nuevas. No tenia el espacio mental como para darme cuenta de un atardecer o de las cosas que suelo ver, más bien estaba concentrado en lo nuevo. Entonces concluí que acá las cosas no pasaban rápido, sino que era yo quien le otorgaba velocidades a algo que no va para adelante ni para atrás. ¿Qué sabrá el atardecer, del tiempo, de la velocidad? ¿Por qué el ser humano le pone nombre a todo?
Quería viajar solo. Quería estar por un tiempo sin nombrar, sin categorizar, sin persuadir a la demás gente de mi visión del mundo. ¿Por qué queremos persuadir todo el tiempo? ¿Por que nos seduce la idea de tener más gente de ‘nuestro lado’?. ¿Por qué no podemos estar solos? Si, no podemos, ya lo sabemos. Cada vez que se nos presenta la oportunidad de sentirnos solos, ‘solo’ tenemos angustia. ¿Y por qué?.
Me di cuenta que prácticamente estaba empezando a hablar, sin tener un receptor. Otra forma de no sentirme solo en esta inmensidad furiosa. Reí, me sentí acompañado, me sentí conmigo mismo, como cuando me acostaba en el diván. El niño que tenia al lado se rió también, le soltó la mano a la madre, se me acercó y me hizo unas señas raras. Tenia un flequillo picaro y unas comisuras interminables que me llenaron de niñez. Creo que quería jugar a algo. Respondí de inmediato a su propuesta gestual. Le mostré una moneda de un euro y se la hice desaparecer. Rió mucho, ese niño era muy agradable. Se la terminé regalando. Al cabo de 5 minutos, tenía 10 niños al derredor intentando ganar mi atención a cambio de algunos céntimos de euro. Por lo menos ya no me estaba aburriendo. Y cuando menos lo imaginé llegó el otro bus.

© Julián Sosa

1 comentario:

Anónimo dijo...

See Here or Here