lunes, 3 de marzo de 2008

La historia de mis manos

No sentí las manos, la sangre no estaba, hace unas horas que me venia pasando, no podía agarrar, no podía tocar, solo me quedaba todo lo demás. Podía perseguir el perfume, podía escuchar, podía ver, podía besar, pero sin acariciar. Pero algo de vida les quedaba porque temblaban, de una forma independiente, se habían separado de mi, estaba pasando por una revolución en mi cuerpo. Podía esperar, podía recordar, anhelar, soñar, llorar, exigir, respetar, pasar de todo, cometer errores, reconocer, perdonar, degustar mil vinos de diferentes emociones. Pero no tenía mis manos para sentir todo eso. Me desesperé llegue a pensar que mi vida iba a ser la nada misma sin ellas. ¿Que sería de mi?, todo lo que se hacer en mi vida lo aprendí de ellas, es mi parte más sabia, quienes reciben todos los regalos de las serenatas del tacto. ¿Cómo iba a hacer música? ¿Cómo iba a escribir? ¿Como iba a resbalarme en pieles extrañas? ¿Que sería de mi vida sin poder estrecharlas? sin poder abrazar, sin poder descargar la amargura frente a un placard, detonar emociones en la percusión, no podía rascar las comezones que da la sal de la ansiedad. Era desesperante. Estaban heladas.
Ahora cerré los ojos. Esto era mucho peor. La mayor parte de mi vida estaba reciclada en imágenes. Pero me quedaba tranquilo por que todavía las podía recordar. Solo que ahora tenia la penumbra por delante y tenia miedo de caerme. Caminé varias cuadras con los ojos cerrados y sin mis manos, que a esta altura ya se habían caído al piso y era imposible encontrarlas. Segundos después me choque con algo macizo, creo que era un asiento de madera, mi rodilla vino a dar con la punta, me estremecí de dolor. Detuve el paso, no pude evitar abrir los ojos. Giré hacia atrás para ver si veía mis manos, pero no.
Que decepción.
Entré a un bar cubano, había estado allí quieto desde 1886, conservando mugres, historias, fotos, todas de centro América, el color de la pintura era de un viejo violeta furioso, ahora solo era el débil Lila que apenas sobrevivía, me impactó la foto de una mujer negra, la guarde en mi memoria para siempre. En la barra había un tipo de unos veintiocho años, tenia aspecto poco interesante, quise pedirle un cigarrillo y cuando vi el cigarro de su mano, vi algo sorprendente, me ilusioné muchísimo. Me acerque disimuladamente, pude ver el lunar, las uñas, pero no muy de cerca, hasta llevaba mi anillo, no podía creer lo que estaba viendo, todo esto era una pesadilla. Alguien tenía mis propias manos. Y yo no podía palparlas. Se me ocurrió la idea fugaz de pegarle, sacárselas y llevármelas para siempre a donde fuera. Pero claro, yo no podía hacer eso, yo no tenia con que pegar. Era mucha la impotencia que albergaba.
Tuve que aceptarlo, no podía hacer nada. Cuando lo encaré se hizo el desentendido, y me trató de loco, y la demás gente me miró mal. No solo fue eso sino que él agarró un bolígrafo y me escribió una frase: Lucha por lo que quieres y te las devolveré. Vete ya de aquí. Me sonrió con cierta complicidad, salí espantado. Lloré como nunca en mi vida. Deseé con mucha fuerza volver descifrar un acorde, palmar una espalda, contemplar con las huellas digitales el pasó del tiempo en mi piel, sacar fotos, detener el tiempo con un chasquido, empapar la nada con algún movimiento musical, dibujar, señalarte, señalarlos, señalarme. Secar mis lágrimas, secar mis inviernos. Hacer cosquillas, agarrar cinturas de mi gente querida. Me desplome en la esquina, no pude evitarlo, el tiempo se condensó en el agua de mis mejillas. Sentí un calor inmundo. Exagerado de inmovilidad e impotencia.
Mire hacia arriba. Me pareció que la historia era un poco rebuscada. Doblé el papel y lo guarde para leerlo en unos meses. Que suerte que nunca extravié mis manos.

© Julián Sosa

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