miércoles, 22 de agosto de 2007

Diario: una noche en Incachaca


Infiltrados en la marea de los nuevos emprendimientos, me ajuste un punto más el cinturón y seguí camino. La ruta era ardua, el sol le hacia publicidad a la sed y mi deseo de nunca haber empezado con esta aventura era cada vez mayor. El cielo empezaba a parir sus pecas y yo empezaba a respirar de su aliento. Al rededor de las 7 llegamos a un pueblo llamado Incachaca situado en el centro de Bolivia en el departamento de Cochabamba conocido por los lugareños como el valle de “la eterna primavera”.Se notaba la caída de agua en el vientre de las montañas. – Esto es hermoso – dijo el irlandés. Me sentí orgulloso de entender el ingles. Hacia 4 horas que venia familiarizándome con él, pero solo entendía las frases que distinguía de las películas norteamericanas. Lo que no fue hermoso fue escuchar al guía (un indígena, de estatura baja, rasgos bien marcados y dos arrugas tajantes a los costados de la nariz chata, de mirada melancólica y pelos gruesos) – Hasta aquí hemos llegado, la carretera se ha cortado y hemos de volver- dijo Mayta que en quechua significaba Bondadoso.

El paisaje era impunemente hermoso, así que decidí acampar ahí, solo y mañana volvería al hostal, total ya me acordaba el camino. Le pedí a Mayta que me dejara hojas de coca, la altura se estaba montando en mi ciática y abotonando en mis oídos. El irlandés y los demás volvieron con él.

Armando la carpa me di cuenta que mi espíritu arriesgado era mucho mas fuerte que mis ganas de arriesgarme. Había algo que me obligaba a dormir en la soledad de los valles, a 5 kilómetros de los pequeños lujos del hostal. Lo bueno fue que antes de meterme a dormir en la carpa individual pude encontrar con el tacto de los pies el agua, sabia que estaba cerca, antes de que oscureciera busque un lugar cerca del arroyo y cuando terminé de armar la carpa terminó de anochecer, con una sincronía que me dió el primer alerta. El clima subtropical pobló mis axilas. Una vez aliviado por el agua fría entre y la deje abierta para que entrara un poco de viento, el calor me estaba poniendo fastidioso, y se me trepo la idea de volver con los demás, pero ya era demasiado tarde, el camino lo recordaba pero con la luz del día, de noche seria demasiado arriesgado para mi gusto y no era para más Mayta me dijo antes de despedirse que tuviera cuidado con las serpientes y demás reptiles. No estaba en mis planes desautorizar su sabiduría. Así que me dispuse a dormir, aunque no tenia sueño, era la única actividad que tenia. Jamás estuve tan conectado conmigo mismo. Esto era mas que hablar en un diván, se trataba de algo mas profundo, más profundo que el uso de las palabras como si en aquella flora y fauna estuviese la verdad de la vida, me sentí excesivamente privilegiado y por unos instantes fui plenamente feliz, no necesitaba nada, el calor se empezaba a escurrir y había encontrado una posición cómoda en la bolsa, una comodidad que se parecía a la suerte, que solo viene a veces y que parece ser cuestión de autoestima. Segundos después asocie que no estaba cómodo por la posición en la bolsa, sino que estaba cómodo conmigo mismo. Me largue a reír. Reí. Y empecé a darme cuenta de la complicidad de la soledad, y así...grité, grité y grité. Esto era mejor que mirar tele, era mejor que todo tipo de distracción hogareña, urbana, civilizada y como se quiera que se diga. Mi vista se acostumbro a lo oscuro y pude ver que las luces de los astros perforaban el techo de la carpa. Les sonreí, estuve 10 minutos pensando, y volví a gritar. Con lentitud el sueño me aplomo en los párpados y en mis últimos suspiros concientes logre escuchar un grito, como una contestación a los míos. Abrí los ojos, permanecí inmóvil, con todos mis músculos tensos, tratando de hacer el menor ruido posible, pasó un minuto y no escuche nada mas que el llanto del arroyo. Intente volver a dormir, me di cuenta que mi cabeza seguía tensa, como si desconfiara de la almohada, quise relajarme pero cuanto más insistía, más conciente me hacia de que aquella soledad tan gratificante se había transformado en inmunda y me daba miedo. Y tuve un fuerte anhelo de estar en mi casa, contando esta experiencia a mis amigos. Lejos estaba de eso. Mis piernas empezaron a temblar y volví a sentir el calor sofocante. Querer dormir ya era una tarea irrealizable. Suspendí mis ojos en el techo de la carpa, pero con un cansancio psíquico que me hacia ver como un bizco la poca luz que sobrevivía. Para ese tiempo ya me había olvidado del grito pero volvió , esta vez fue real, desgarradoramente real, agudo y radicalmente conmovedor. Mi pulsación se había ido a los cielos, y mis ojos ahora estaban cerrados, todo estaba cerrado en mi cuerpo, hice mucha fuerza, como si mi instinto me dijera que para no temer había que hacer fuerza. Involuntariamente lloré, nunca me había pasado, pero acá estaba, en Bolivia, en un valle, conviviendo con un atormentador grito. Lo volví a escuchar, esta vez vino hacia mi cuerpo y me erizo la piel, creí escuchar un pedido tremendamente desesperado de ayuda.

Ya no podía mas, me di cuenta que el miedo me estrechaba la mano por primera vez en mi vida, y compare mis situaciones aterrantes en el pasado ,y ninguna se parecía a esta, esto era nada mas ni nada menos que tener m-i-e-d-o. Volví a creer en dios de un momento a otro, le pedí perdón por no haberle rezado, por no haber ido a misa, y muchas otras cosas que no estaban en mi agenda y que por favor ahuyentara los gritos. No se si fue dios o que , pero segundos después volví a escuchar un grito, pero esta vez no me dio miedo, me reí y dije – uy que boludo, era un loro- volvió la comodidad a mi cuerpo y me quede dormido.

J.Sosa♣

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola juli! me gusta mucho lo q escribis y como redactas es mas siempre termina de una manera simple y sin vueltas que me hace reir. bueno amigo muy buenolo que lei
un beso
flor

Anónimo dijo...

Juleeeeeeeee!!!!!

Sos un groso locoooooo
escribis de puta madre...aparte este del diario me matóoooo....muy bueno. Te lo digo yo que publiqué un broli :S

jajaa

besos loco