jueves, 12 de noviembre de 2009

La avenida

Cuando misteriosamente la avenida quedó deshabitada la caminé con un asombro pasivo. Pude ver todas las casas rodeadas de oscuro, sin luces, sin actividad, pero a la vez la luz de la luna llena lo hacia todo claro, como si el asfalto fuera un espejo que refractaba esa quietud solemne. Un horizonte enorme , pero a la vez vacio, como si el tiempo hubiese dado cuenta de existencia ilusoria.

Los únicos movimientos perceptibles eran las luces de los semáforos que seguían jugando a un ta-te-ti eterno. Todo lo demás era paz. Al principio lo merodeaba todo con mi mirada, tratando de encontrar a alguien más con quien compartir ese silencio visual inédito.

Caminé varias cuadras a lo largo de la avenida, sintiendo como si se consumiese así misma detrás de mis pasos. Me sentí solo como nunca, sentí la libertad de gritar en cada esquina que se me ocurriese, tiré mis zapatillas bien lejos, cada una en direcciones diferentes como reacción incoherente de libertinaje.

Percibí el cielo más que nunca. El brillo de las estrellas viajó fugazmente a mis ojos para quedarse, tal vez para siempre.

 La tranquilidad hacia del silencio algo muy grato. El tiempo pasaba y la avenida seguía vacía. Para contrariar esa paz, aprendí a boicotear en caos personal, gritando, rompiendo, descargando corriendo, bailando solo, llorarando, desesperandome, hablando con el aire, imitando conversaciones con personas,aunque raramente todavía no sentia ningún tipo de melancolía.

Desde que la avenida se vació no sabia si habían pasado horas, meses o años, aunque, sin embargo, todavía no había visto ningún amanecer.

Me senté en el medio de la avenida y sentí el asfalto tibio en mi piel y termine recostándome mirando las estrellas, con la seguridad de que ningún coche me pasaría por encima. Las estrellas se multiplicaron a cada pestañeo, hasta que supieron formar un manto blanco y que me llevo a un profundo sueño.

Me desperté sin saber si había dormido, pues en mi cuerpo había un equilibrio perfecto, todo seguía igual y empezaba a darme miedo la idea de no volverme a encontrar con la ciudad viva.

Así, viviendo en un paréntesis suspendido en algún confín misterioso de este cosmos, con el pasar de los días empecé a creer que nada de esa catarata ineludible de personas yendo y viniendo, que había visto toda mi vida fueran ciertas.

De ratos me sentía un animal y a veces conectaba con mi lado más humano.

Caminar esta avenida solitaria me traducía en eco de mis pasos que nunca volvería a mi vieja condición, .
Una de las veces que me quede dormido soné por primera vez. Todo volvía a ser como antes. Había gente, mucha gente. Los semáforos volvían a tener un sentido, los autos frenaban y aceleraban ciclicamente. La gente hacia colas, esperaba. Y yo ya no entendía que esperaban.

El mundo de humo había regresado, la tenue niebla gris ,la ciudad, el caos. La gente reía, lloraba y puteaba al mismo tiempo. La gente simplemente vivía, sin preguntarse por que vivía.

Después de despertarme de esa pesadilla decidí salir a correr por la avenida, corrí con la vieja sensacion de escapar de algo, aunque sabía que corría para huir de ese sueño amargo y agradecí poder haber despertado  en sobre mi nuevo amigo inseparable, el asfalto despoblado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por toda esta grandiosa obra que ya lleva varios años en silencio. Es hora de que escribas para todos!!!!