sábado, 21 de febrero de 2009

El Patio

Todo lo que fue de mi quedó perfumado en el olvido de una mancha de café en la postal que había enviado desde Madrid. O al menos era lo que yo creía. Nada sabia de las estatuas, huellas mnémicas en formas oxidadas que habría en el patio. Su fuente, de azulejos como dientes rotos y su decoración erosionada, con sus canillas de metal turbio manchadas de sarro con un hilo de baba incipiente de agua naranja que lentamente daba de mamar a la higuera, el alambrado abrigado en sombra verde de la ligustrina que separaba con la casa de Alvaro, el horno de piedra en forma circular y sus arrugas del frió, el cantero infinito de la derecha dibujado en helechos, el hierro de la puerta, profundo, negro, macizo en los que apoyaban los vitrales mas sensibles que el Tata había mandado a traer de París, el pequeño cuarto de herramientas que tenia olor a motor muerto, barniz, solventes y las guirnaldas de los insectos en todo hueco, la radio gigante con la antena apuntando a la luna y la am apuntando a la tierra, tango, fútbol y boxeo. La mesa de mármol que tenia piernas herradas como si nacieran del piso, selladas por los inviernos de Buenos Aires en el jardín de la calle Moreno 912. Ese patio también hablaba de mi. Aunque ya ni me acordaba. Pero estaba forjado mi alma, como la fuente que apenas vivía, como la higuera invencible, atrapado en algún rincón de mi memoria como la ligustrina en el alambrado y el interminable tango en la radio.

Buenos Aires, 20 de febrero, 2009.
J. Sosa

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